Close-up of a woman with purple hair speaking into a microphone.

Sanar lo que no se dice

A veces, las heridas más profundas no se ven. Llegó una persona que no sabía explicar por qué siempre se sentía fuera de lugar, desconectada de los demás, como si hubiera un muro invisible que la separaba del mundo. No existían recuerdos claros que justificaran ese malestar, pero las sensaciones eran constantes: miedo, desconfianza y una sensación de no encajar que pesaba día tras día.

Al principio, incluso hablar de su vida cotidiana resultaba difícil. Cada palabra parecía medir la intensidad del dolor que había cargado en silencio durante años. Nos enfrentamos al reto de explorar lo que estaba detrás de esas emociones: traumas no expresados, vínculos familiares invisibles y emociones guardadas que influían en cada decisión, aunque no fueran conscientes.

A través de la terapia sistémica y el trabajo de resolución de trauma, empezamos a dar voz a lo que no se decía. Las sesiones se convirtieron en un espacio seguro, donde las emociones podían aparecer sin juicio, donde los silencios también tenían sentido y donde cada descubrimiento era un paso hacia la comprensión y la liberación.

El proceso fue delicado, lleno de momentos de vulnerabilidad, llanto y reflexiones profundas. Poco a poco, esa persona comenzó a reconocer sus patrones, a aceptar su historia y a diferenciar lo que le pertenecía de lo que había recibido del entorno. Cada avance, por pequeño que fuera, significaba un alivio, una disminución del peso que había llevado durante tanto tiempo.

Meses después, me confesó con una sonrisa tranquila: “Siento que camino más ligera, como si finalmente hubiera dejado de cargar algo que no era mío”. Esa sensación de pertenencia, de paz interior, fue posible porque permitió que alguien la acompañara mientras enfrentaba lo que no podía enfrentar sola.

Si alguna vez sientes que cargas algo que no logras identificar, que pesa y condiciona tu vida sin que sepas exactamente por qué, recuerda que no estás solo. Sanar lo que no se dice es posible, y pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de valentía. Dar ese primer paso puede abrir la puerta a una vida más ligera, plena y consciente.

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